Erase una vez, una princesa llamada
Anastasia que vivía encerrada en lo más alto de una torre del castillo más
grande jamás visto.
Un día, una
paloma blanca se posó en la única y minúscula ventana que había en la
habitación donde estaba encerrada. Ella, desesperada por salir de ese infierno,
en un acto desesperado arrancó un trozo de su vestido, y escribió con su propia
sangre una carta pidiendo ayuda para que le rescatasen, se la ató a la paloma
en una pata y la echó a volar.
Paseando en un pueblo cercano al castillo, había un príncipe llamado Ángel, un caballero famoso por su bravura, orgullo y valentía, el cual se fijó en una pequeña paloma que le perseguía, se fijó que tenía algo en una pata, la cogió cuidadosamente, desató la pequeña tela de su pata y leyó el manuscrito de una joven pidiendo ayuda. El caballero no dudó ni un segundo en ir a rescatar a aquella joven que pedía ayuda.
Paseando en un pueblo cercano al castillo, había un príncipe llamado Ángel, un caballero famoso por su bravura, orgullo y valentía, el cual se fijó en una pequeña paloma que le perseguía, se fijó que tenía algo en una pata, la cogió cuidadosamente, desató la pequeña tela de su pata y leyó el manuscrito de una joven pidiendo ayuda. El caballero no dudó ni un segundo en ir a rescatar a aquella joven que pedía ayuda.
El
caballero, Sir Ángel, montado en su fiel corcel llamado Roonie, encaminó su
aventura dirección a aquel castillo donde se encontraba la princesa, para
rescatar a lady Anastasia, la cual esperaba paciente y sin apenas esperanzas de
que alguien hubiese encontrado aquella paloma con su mensaje escrito con su propia
sangre.
Sir Ángel, ya en la entrada del castillo, justo antes del gran puente levadizo de la entrada, se encontró que el castillo estaba rodeado de grandes enredaderas con grandes y puntiagudos pinchos. Desenvainó su espada de acero blanco con una esculpida empuñadura dorada recubierta por cuero negro entrelazado dejándose ver pos los huecos ese dorado intenso, se dispuso a cortar todas y cada una de las maliciosas enredaderas hasta la entrada por donde entraba cauteloso. En guardia, espada en mano por cualquier cosa que pudiera pasar. Una vez dentro del castillo, cruzando el gigantesco y desierto patio interior de ese horripilante lugar. Al acercarse hacia una de las grandes puertas sintió que empezaba a hacer más frío, escalofríos incluso algo más tenebroso que el propio miedo, y cuanto más se acercaba, más se sentía ese terror.
El caballero, sabiendo que cuanto más tenebrosas fueran las sensaciones, más cerca estaría de la princesa, así que decidió entrar en aquel lugar. Ya dentro, buscando en la inmensidad del castillo, encontró una habitación por la que se escuchaba soplar un fuerte viento, se acercó a esa puerta, la cruzó y se adentró en aquella habitación pensando que quizás estuviese ahí la princesa. No sabía donde se estaba metiendo.....
Sir Ángel, ya en la entrada del castillo, justo antes del gran puente levadizo de la entrada, se encontró que el castillo estaba rodeado de grandes enredaderas con grandes y puntiagudos pinchos. Desenvainó su espada de acero blanco con una esculpida empuñadura dorada recubierta por cuero negro entrelazado dejándose ver pos los huecos ese dorado intenso, se dispuso a cortar todas y cada una de las maliciosas enredaderas hasta la entrada por donde entraba cauteloso. En guardia, espada en mano por cualquier cosa que pudiera pasar. Una vez dentro del castillo, cruzando el gigantesco y desierto patio interior de ese horripilante lugar. Al acercarse hacia una de las grandes puertas sintió que empezaba a hacer más frío, escalofríos incluso algo más tenebroso que el propio miedo, y cuanto más se acercaba, más se sentía ese terror.
El caballero, sabiendo que cuanto más tenebrosas fueran las sensaciones, más cerca estaría de la princesa, así que decidió entrar en aquel lugar. Ya dentro, buscando en la inmensidad del castillo, encontró una habitación por la que se escuchaba soplar un fuerte viento, se acercó a esa puerta, la cruzó y se adentró en aquella habitación pensando que quizás estuviese ahí la princesa. No sabía donde se estaba metiendo.....
Al
adentrarse el caballero en aquel cuarto, aparente mente normal, de repente, el
caballero sin tiempo a reaccionar, cayó por una trampilla que había camuflada
justo bajo sus pies en el suelo de aquella habitación. Bajo aquella trampilla
se escondía un túnel resbaladizo, todo cuesta abajo y en círculos por el cual
no se podía trepar. El túnel terminaba en una sala inmensa, iluminada por un
par de antorchas cubiertas de telarañas que alumbraban en la penumbra una
innumerable cantidad de pasillos y alguna que otra gotera, cada uno en una
dirección distinta, ¿Cual elegirá Nuestro formidable caballero?
Sir Ángel,
confundido y mareado por aquella caída, al ver tantos pasillos, se quedó pensativo
e intentando recobrar el aliento de aquel susto, cogió una de las antorchas
para iluminar cada uno de los pasillos, examinándolos uno por uno, hasta que
desde uno sopló una leve brisa que hizo moverse la llama de la antorcha. El
caballero guiándose por el instinto eligió ir por aquel pasillo, con la espada en una mano y la antorcha en otro
faltaría más. Avanzando poco a poco y con cautela, notó un ligero
"clic" bajo su pie, un sonido sordo que en ese momento hizo que
empezaran a caer muros desde el techo formando una pared tras otra avanzando
tras él. Viendo lo que se le venía encima comenzó a correr despavorido hacia
delante olvidándose de la cautela, eso hizo que se escucharan varios
"clics" más a su paso, con lo cual ya no solo tenía que evitar quedar
atrapado entre dos de los muros, si no que tenía que esquivas las flechas que
se disparaban en todas direcciones, cuchillas gigantes que atravesaban de un
lado a otro el pasillo y llamas que salían de todas partes.
Por fin
llegó al final del pasillo, cansado, con la armadura al rojo vivo y una flecha
clavada en el trasero, rápidamente se sacó la flecha y se despojó de casi toda
su armadura que le quemaba la piel. Agotado apoyó las manos en sus rodillas sin
aliento del cansancio, al levantar la cabeza se encontró a centímetros de su
cara un hocico enorme como la campana de una catedral. Era la causa de aquel
frio que notaba en la entrada de la habitación antes de caer por la trampilla,
un dragón de hielo, un dragón único en el mundo del cual se habían escrito
varias y terroríficas leyendas. Instintivamente, sir Ángel dio un par de pasos
atrás que provocaron que cayera de culo en el frio suelo escuchándose el eco de
un quejido por la herida de aquella flecha en su trasero, entonces se vio que
toda aquella sala estaba congelada desde el suelo hasta la última telaraña del
techo. Rápidamente, agarró la espada y la antorcha que milagrosamente seguía
encendida y, al ser un dragón de hielo, pensaría que la antorcha le sería de
gran utilidad.
El dragón, expectante
de lo que hacia el caballero, se acerca a él y ruge con gran fuerza saliendo
disparada de su boca pegajosas y grandísimas babas dirección al caballero, que
al escuchar el rugido del dragón comenzó a correr buscando un sitio en el que
ocultarse.
Tras una
gran columna, el valiente caballero piensa en cómo vencer al terrible dragón
que le busca por todas partes. En ese momento, y en un arrebato de coraje sale
corriendo hacia el dragón olvidándose de la antorcha y empuñando la espada con
ambas manos para poder atacarle con todas sus fuerzas. El dragón se levanta
quedándose en pie solo con sus patas traseras, infla el pecho y escupe una
gigantesca llamarada azul que en vez de quemar, congela todo a su paso, por
suerte sir Ángel pudo evitar esa llamarada brincando de un lado a otro. El
caballero se fijó que en el pecho del dragón brillaba una luz roja en su
interior, luz que se apreciaba desde su piel, El caballero siguiendo su
instinto pensó en una forma de clavarle la espada en ese punto sin que el dragón
le matase, decidió intentar pillarlo por sorpresa así que buscó rápidamente la
antorcha, la apagó y se colocó de espaldas a una columna de espaldas al dragón,
cogió el palo de la antorcha y lo lanzó lo más lejos que pudo con intención de
que el dragón persiguiera el sonido de la antorcha cayendo al suelo. Cuando
notó que el dragón se acercaba salió de detrás de la columna con intención de
clavarle la espada en el pecho, el dragón se percató de eso y mordió engullendo
de un solo bocado a sir Ángel tragándoselo al instante.
El
caballero, ya en el interior del estomago del dragón, intentando que no le
invadan los nervios, vio a través de las paredes del estomago aquella luz roja
que se veía desde fuera del dragón, empuñó su espada y lo clavó en aquella luz.
En aquel momento se escuchó un rugido desgarrador, el dragón agonizaba y el
caballero sacó la espada de donde había apuñalado al dragón, de repente todo se
paró, el dragón había muerto.
Todavía
dentro del dragón, empezó a notar una sensación muy rara, húmeda y fría, el
dragón de hielo se estaba derritiendo, se estaba volviendo toda agua y hielo.
Sir Ángel volvió a empuñar su espada de nuevo
y rajó la tripa del dragón para salir de su interior, al salir se percató de
que toda la sala, conforme se derretía el dragón se iba volviendo todo mucho
mas frio y se formaba hielo alrededor de sus pies impidiéndole moverse. Dio con
la funda de la espada en sus pies para romper ese hielo y salió corriendo
buscando cualquier salida que pudiera encontrar.
La princesa
lady Anastasia mientras tanto, en lo más alto de la torre más alta del
castillo, se había enterado del último rugido del dragón y se dio cuenta de que
alguien venía a rescatarla, se le llenaron los ojos de lágrimas y la sonrisa
más grande que jamás había tenido en su cara. Salió corriendo al baño para
asearse y ponerse guapa para aquel caballero que venía a rescatarla, se
embadurnó toda de perfume, se hizo una bonita trenza adornada con flores y se
puso su mejor vestido. Ya toda limpia y arreglada, sacó una gran bolsa de
debajo de su cama, sacó por completo todos los cajones de todos los armarios de
aquella habitación y abrió todas las puertas de los armarios, cajón por cajón
fue metiendo absolutamente todo en la bolsa de tela olvidándose del orden de la
bolsa. Una vez todas sus cosas dentro de la bolsa, desató una de las cuerdas de
las que sujetaban las cortinas de la ventana y lo utilizó para atar la bolsa y
así no dejar que nada pueda salir de la bolsa, una bolsa que llena, era casi
tan grande como la princesa Anastasia.
La princesa,
emocionada por saber que habían venido a rescatarla se sentó junto a la puerta
encima de la bolsa mirando hacia la puerta con los ojos brillantes y abiertos.
Por fin iba a poder salir de aquella torre, conocer el mundo, poder caminar
descalza sobre el césped y bañarse en el mar bajo la luz del sol.
El
caballero, corriendo para no quedarse congelado en aquel sitio, en la otra
punta de aquella inmensa sala, encontró un portón que sin dudar lo más mínimo,
cruzó rápidamente para no quedar congelado. Entró en un vestíbulo en el que se
dibujaba en la penumbra unas escaleras cubiertas con una alfombra roja con
encajes dorados en los bordes que conducían a una planta superior.
Ya arriba,
había un pasillo lujoso en la que aquella alfombra se estiraba más allá de
donde alcanza la vista, todo lleno de cientos de puertas.
Sir Ángel,
investigando aquel sitio, abrió la puerta que tenía más cerca para ver a donde
conducía, pero tras esa puerta había un muro de piedra. Miró detrás de la siguiente
puerta y también estaba tapiada, y así todas las puertas que iba mirando.
Después de más de media hora mirando tras cada puerta en la que se iba
encontrando un muro de piedra tras otro, encontró tras una de las puertas una
escalera de caracol por la que da la impresión de que sube hacia lo alto de la
gran torre, sir Ángel comenzó a subir con decisión las escaleras hacia arriba.
A mitad del
camino hacia lo alto de la torre, terminaba la escalera en una gran sala llena
de estatuas de armaduras, continuaba la escalera arriba al otro extremo de
aquella sala. Sir Ángel entró con cautela en aquel lugar cuando de pronto,
aquel sonido tan familiar, otro clic mas, entonces se empezaron a sentir unos
temblores cuando, sin dar tiempo a reacción, cinco de esas armaduras de la
pared de pronto se despegaron y comenzaron a moverse.
Nuestro
valiente guerrero, al ver aquel
panorama, agarró rudamente su fiel espada y se dirigió decididamente contra
aquellas estatuas, las cuales todavía no se podían mover del todo bien que es
lo que aprovechó sir Ángel para destruir el problema lo más rápidamente
posible, pero solo le dio tiempo a destruir cuatro de aquellas cinco armaduras.
La última
armadura, desenvainó su espada y la emprendió a golpes contra el valiente
caballero que se defendía de aquellos espadazos como podía, aun recibiendo
aquel huracán de sablazos, se escabulló de la armadura y contraatacó apuntando
a una de las férreas piernas de la armadura lo que la desestabilizó y hizo que
callera al suelo, donde el caballero le remató partiendo en trozos la cabeza de
la estatua.
Después de
un rato descansando de la batalla, sir Ángel encaminó escaleras arriba el
último trayecto antes de encontrarse con la puerta tras la cual estaba la
princesa lady Anastasia. Delante de la puerta, sir Ángel cogió su espada e
intentó partir aquella puerta tan ruda a espadazos aun que de poco le sirvió.
Pensando en
cómo abrirla, encajó la espada entre la pared y la puerta y la utilizó a modo
de palanca para intentar abrir la puerta. Apretando contra la espada con todas
sus fuerzas, y escuchando crujir aquella vieja y gruesa puerta, la espada cedió
y se rompió justo en el momento en el que la puerta no pudo más y se abrió
levemente. Sir Ángel miró su espada con tristeza ya que se había roto, soltó la
empuñadura de la espada y metió los dedos por el pequeño hueco que había
conseguido abrir con la espada y comenzó a tirar con todas sus fuerzas, hasta
tal punto que le sangraron las manos de rasparse con las astillas de la puerta.
Al fin de
después de un rato tirando de la gran puerta, consiguió abrir un hueco lo
suficientemente grande como para que pudiera entrar en la habitación.
En aquel
preciso instante, ojos contra ojos, hombre contra mujer, lágrimas contra
cansancio, la bella princesa se echo a los brazos de aquel valeroso príncipe
sin parar de decir “gracias, gracias, muchas gracias”. Entonces, uno tan cerca
del otro, se miraron fijamente a los ojos uno al otro y…flechazo, ninguno de
los dos reprimieron lo que en aquel momento sentían y eternizaron aquel
encuentro en un beso largo y apasionado que nunca jamás olvidarían ninguno de
los dos.
Y esta es la
historia de cómo sir Ángel el valiente rescató a la bella princesa lady
Anastasia, que al cabo de un tiempo se casaron en una boda soñada por cualquier
princesa y conocida en todo el reino. De aquel feliz matrimonio salieron sus
dos pequeñas gemelas, Gabriela y Elisabeth en endulzaron aun más si cabe la
felicidad de nuestra maravillosa pareja.
The End